Joaquín Schmidt

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El nostre amic, Benja, ens ha deixat. Descansa en pau, amic.

Benja en un viaje reciente a Asturias.


Huella
f. Señal que deja el pie del hombre o del animal en la tierra por donde pasa.

El "Aquiles herido" de Filippo Albacini impacta. El gesto de su rostro es conmovedor. El guerrero griego, renacido de una inmensa pieza de mármol, aparece tumbado con una flecha dorada atravesándole el talón; la flecha que le lanzó el príncipe Paris a la única parte de su cuerpo que no estaba protegida por su Dios.


Albacini dejó para la posteridad esa bellísima escultura. Una gran y contundente huella artística. Como la que dejaron tantos: un desnudo firmado por Amedeo Modigliani; un aria cantada por María Callas; Machado, sus proverbios y sus cantares. Huellas como las que nos deja John Lennon y su Imagine; Bong Joon-ho y sus trepidantes Parásitos, o Joan Margarit y los versos desgranados en su última antología (Visor Poesía): "És el temps de fer l'últim solitari / amb les cartes marcades pel passat.»


La vida es una travesía —por la hierba o por el fango— que sembramos de instantes: unos vinos saboreados a varias bandas, unas conversaciones de madrugada, una caricia que diste cuando nadie la esperaba. La huella que deja tu hija con su mirada; tu madre cuando te trae sus magdalenas recién horneadas; tu padre cuando te cogió la mano el día del adiós y te dijo: «no quiero morir». Las huellas son los besos que quedarán cuando la flecha te atraviese el talón. Como a Aquiles.
Jesús Trelis.


Molines M. (2017). El Gepetto de las cazuelas. Las Provincias.

Benja. Diminutivo de Benjamín, el pequeño de la familia. El del zapatito de madera que alza el vuelo gracias a una mariposa creada con el herraje aparentemente inútil de un viejo armario.
Qué sueños tendría de niño?
Quizá los que alcanzó de adulto al descubrir que podía inventar un mundo nuevo con sus manos y algo de imaginación.


Bastaba con un paseo y mirada atenta para ver lo que nadie veía.
A los lados del barranco, en una casa deshabitada, o en un estercolero. Siempre hallaba algo que no se había propuesto encontrar.
Una permanente sorpresa ofrecida por la Luz que da ver más allá de los objetos.


A partir de ese momento vivir era otra cosa. Abrirse a lo desconocido sin miedo, experimentarse en silencio, disfrutar de una soledad acompañada, sentirse útil y reconocido por él mismo sin dependencia del entorno…
Y en esa peripecia quiso alcanzar el cielo, o al menos rozarlo, y subió peldaño a peldaño la escalera. Lo tenía tan cerca… tan limpia su mirada…
Tal la Belleza que vislumbró que se fundió en ella.
¡Cómo dejar escaparla!
Las nubes hoy hablaban a través de él.
Hacía tiempo que no veía un cielo tan evocador. Eva.


Joaquín Schmidt. El cielo de Valencia. 21 de noviembre 2024 a las 09:58.

Tremendo abrazo. Joaquín.

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